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Recordando a Andrés Escobar, porque 20 años no son nada

AndrésFernando Araújo Vélez
El anciano aquel escuchó la noticia y soltó el diario de la mañana. Después alcanzó a decir: “No fue a un futbolista al que mataron. Mataron un poco la vida. Como cuando aquí en Nueva York asesinaron a John Lennon. Una cosa es un político o un negociante, y otra, un artista. O un futbolista, que es casi decir artista. Ese Escobar era un poco la alegría de vivir que se nos está acabando. Un poco, la felicidad de encotrar que alguien hace lo que soñó de niño. Con su vida no hizo más que regalar emociones, todos los domingos y en todos los estadios. No sé… Para mí asesinaron una parte de la vida, de la verdadera vida. Asesinaron un sentimiento, una pasión. No sólo a un futbolista”.

Dijo que se llamaba Orlando Sanguinctti. Que había nacido en Santa Fe (Argentina) 76 años atrás y que vivía en Manhattan desde 1977. Contó que lo había dejado todo en su país porque los militares lo perseguían. Contó también que al fútbol le debía los instantes más felices de su vida. Y algunos de los más tristes. Terminó su monólogo con un “no podemos seguir matando, eliminando así como así las alegrías, las sensaciones, porque son, en últimas, la verdadera vida, aunque la mayoría ni se entere de eso”. Después se fue, se marchó arrastrando los pies. En una de las canecas del Central Park dejó el diario que había vuelto a recoger… y en el aire, una verdad.

Era sábado en Nueva York. Sábado 2 de julio de 1994. Un día como cualquier otro para muchos, un día marcado por la tragedia para los colombianos. En la madrugada de ese dos de julio un demente asesinó de seis balazos a Andrés Escobar. “Un hecho circunstancial”, declaró el general Octavio Vargas Silva, director de la Policía Nacional. “Un hecho lamentable”, dijo monseñor Pedro Rubiano Sáenz, presidente de la Conferencia Episcopal Colombiana. “Un hecho aislado”, comentaron las autoridades. Circunstancial, lamentable, aislado, esos fueron los adjetivos para el crimen. Como si en Colombia un asesinato, cualquier asesinato, fuera circunstancial y aislado.

Circunstancial… Porque es “circunstancial” (aquí, las comillas son para que la palabra adquiera un tono irónico) que un hombre se despierte de su sueño a las tres y media de la mañana, vea a su jefe conversando con un desconocido, éste le parezca peligroso y decida dispararle seis balazos. Lamentable… Porque es “lamentable” que esto ocurra, como ocurre todos los días del año y en todas las grandes ciudades de Colombia. (Ese día, en Medellín hubo i40 muertes violentas !). Y aislado… Porque es un caso “aislado”, dentro de la cultura de violencia que se vive, que cualquiera ande con un revólver marca Llama calibre 38 largo por la ciudad.

Según ese “hecho aislado o circunstancial”, HumbertoMuñoz Castro, el homicida, era el único ser humano con revólver en Medellín ese día; por eso fue tan casual el crimen. También fue casual o circunstancial que Humberto Muñoz Castro hubiera trabajado años atrás para el gángster José Guillermo Gallón Henao (recluido en la cárcel Modelo desde 1993, acusado de narcotráfico y lavado de dólares) y que el día del crimen estuviera a órdenes del hermano de éste, Santiago Gallón Henao. Ese hecho, también circunstancial o aislado, hizo que, circunstancialmente, estuviera armado en la madrugada del 2 de julio.

En fin, de las palabras del general Vargas Silva y de las investigaciones de la• Fiscalía se puede deducir que en Colombia los crímenes tienen categorías. Y que son más importantes, y por lo tanto requieren mayor investigación, los que ellos catalogan como “no circunstanciales”. Por eso, entre tantos otros asesinatos, pasó al olvido el del árbitro cartagenero Álvaro Ortega, que se debió a “un hecho aislado de apostadores”. Por eso jamás se supo quiénes habían sido los apostadores ni quiénes dispararon. Seguramente no se sabrá jamás. Está dicho ya. A Andrés Escobar, defensa central de la Selección Colombia de Fútbol y del club Atlético Nacional, lo asesinaron en Medellín, en el parqueadero del restaurante El Indio, durante la madrugada del 2 de julio de 1994. Seis balazos, provenientes de un revólver marca Llama, calibre 38 largo, fueron hallados en su cuerpo.

El asesino -según las autoridades, Humberto Muñoz Castro, conductor de una camioneta Toyota de propiedad de Santiago Gallón Henao- confesó su culpa el 6 de julio, después de haber dado distintas versiones.

“Fue que me secuestraron durante siete horas unos sicarios que utilizaron la camioneta que yo manejaba para matar a Escobar”, dijo cuando lo arrestaron. “Pensé que de pronto era un tipo muy peligroso o algo así. Entonces me asusté y le disparé. Pero no sabía que era él (Andrés Escobar)”, dijo luego, ya recluido en la cárcel Modelo de Bogotá. Ese mismo 6 de julio, Muñoz habló del crimen con el periodista Guillermo Franco.

Muñoz Castro: A mí casi no me gusta el fútbol.
Periodista: ¿Cómo así que no le gusta?
M.C.: Muy poquito, muy poquito. No conozco un estadio siquiera. Nunca he ido a un estadio.
P.: ¿Conocía a Andrés?
M.C.: No señor, no lo conocía.
P.: Ahora qué piensa.
M.C.: No, pues arrepentirme; imagínese, matar a un tipo de esos.
P.: ¿Usted reconoce que lo mató?
M.C.: Pues claro.
P.: ¿Usted no tiene, pongamos, en algún momento, una duda, porque la Policía actuó en forma eficaz y rápida y logró, pues, capturarlo?
M.C.: ¿Cómo me dice?
P.: ¿Usted es el autor de la muerte de Escobar?
M.C.: Claro. Es que yo reconocí en la Fiscalía de Medellín … yo, yo dije que yo, yo era el que le había disparado a él, pero yo no sabía quién era.
P.: ¿Quién lo mandó?
M.C.: No me mandó nadie.
P.: ¿Usted es casado?
M.C.: Sí señor.
P.: ¿Cuántos hijos tiene?
M.C.: Tres hijos. Y uno muerto que mataron en Medellín y ese sí no lo investigó la autoridad.
P.: ¿Dónde lo mataron?
M.C.: Lo mataron a bala.
P.: ¿Y lo investigaron?
M.C.: Nada.
P.: ¿y usted pidió a la Fiscalía que investigaran?
M.C.: Yo qué iba a pedir si no sospechaba de nadie.
P.: ¿Cuántos años tiene usted?
M.C.: 42 años cumplidos.
P.: ¿Toda la vida conductor?
M.C.: Hace, ¿qué? Por ahí unos 12 ó 15 años más o menos.
P.: ¿Conoció a Andrés Escobar?
M.C.: Por las revistas…
P.: Su jefe, ¿a qué se dedica?
M.C.: Él es finquero.
P.: ¿Tiene fincas?
M.C.: Sí, señor.
P.: ¿Él tiene un hermano aquí en la Modelo, detenido?
M.C.: Me parece que sí. Me parece que es este muchacho José Guillermo.
P.: ¿Y usted lo conocía?
M.C.: Yo trabajé con él, primero de celador, en una fábrica de confecciones.
P.: Y ahora en la Cárcel Nacional Modelo, ¿qué piensa?
M.C.: No, pues… nada. Esperar lo que, lo que las autoridades hagan conmigo.
P.: ¿Hay una segunda persona que disparó?
M.C.: Nadie. Yo no vi a nadie disparando.
P.: ¿Únicamente usted?
M.C.: Yo nada más.
P.: ¿Cargó dos veces?
M.C.: No, señor.
P.: ¿Una sola vez?
M.C.: Es que yo ni me di cuenta cuántos tiros disparé porque yo es taba muy asus… Es que yo me desperté del carro donde estaba esperando al patrón mío. Entonces, cuando yo … cuando ahí me despertó fue un alboroto. Entonces yo me desperté del carro cuando, cuando vi mucha gente y vi al patrón mío parado así a un lado y un carro azul ahí parqueado. Yo pensé que de pronto era un tipo muy peligroso o algo así. Entonces yo me asusté y le disparé, pues yo no sabía quién era.
P.: ¿Usted estaba borracho?
M.C.: No señor. Estaba casi… Le acabo de decir que estaba dormido dentro del carro.
P.: ¿Y cuando disparó cstaba borracho?
M.C.: ¿Qué?
P.: ¿Cuando disparó cstaba borracho?
M.C.: No señor.

El camino a la gloria
Y entonces hay que desandar el camino. Volver al comienzo, a aquellos añoos pueriles de patear piedritas e imaginar que son balones que revientan redes; al comienzo, a aquellas idas al Atanasio Girardot de la mano de don Darío, su padre; a aquella emoción sin fin de gritar los goles de Tito Gómez, de Víctor Campaz, de Hugo Horacio Lóndero … Eran goles de Nacional, sí, pero eran goles suyos también. Poco importaba que la radio dijera que habían sido de Moncada o de Palavecino o de cualquier otro. En realidad eran suyos, se los robaba a la tarde; con ellos le alcanzaba para vivir la semana y retornar el domingo siguiente ansioso de fútbol. Así, de domingo en domingo y de gol en gol se hizo pasión aquello de lo que tanto se hablaba en casa.

Él los escuchaba a todos en la mesa. A sus hermanos José Darío, Juan Fernando y Santiago. A su padre, claro. Y a doña Beatriz, su madre, que de vez en cuando soltaba alguna opinión sobre el juego anterior. Los escuchaba son devoción y a cada palabra imaginaba una acción. Él con el balón, con la franela de Nacional, en el estadio… A veces no se aguantaba y se largaba a la calle a jugar a la pelota. Con otros niños o con rivales imaginarios, pero siempre con la pelota. Allá, en el barrio de su colegio, El Calasanz de Medcllín, Andrés Escobar y sus hermanos eran sinónimo de fútbol. “Para mí la vida se dividía entre las obligaciones, que eran todas, y el fútbol, que era lo único que se salía de aquellas obligaciones”, decía.
“Me acuerdo muy bien de él. De pequeñito era introvertido, muy callado. Un poco tímido quizás. Y muy buena persona, como todos ellos (los Escobar Saldarriaga).

En sus comienzos se caracterizaba por ser muy liviano. Lo molestábamos bastante por la flacura, sobre todo sus hermanos mayores, y los míos. Incluso, cuando nos íbamos a jugar picaditos por ahí, no lo teníamos demasiado en cuenta por pequeño y flaco. Le decíamos que no lo íbamos a dejar jugar y se ponía serio, triste. Después la rompía… Era como si las negativas le dieran fuerza para luchar más y más. Más tarde lo tuve en las selecciones del Calasanz. En especial, recuerdo un intercolegiado en Medellín. Al principio era volante, actuaba de ‘ 10′. Algunas veces lo coloqué de puntero izquierdo. Pero su físico no aguantaba tanto entrenamiento y tanto esfuerzo… Un día lo puse de central y le gustó. Ahí se quedó para siempre”.

El recuerdo es de Carlos Restrepo, Piscis, como lo llamaron siempre en el mundo del fútbol. Conoció desde niño a Andrés Escobar pues vivía con su familia en el segundo piso de la vivienda de los Escobar Saldarriaga. Después lo manejó en los equipos del Calasanz que dirigió. “Era grandote, el más alto de todos. Y esa cualidad en las categorías juveniles es definitiva. Además le pegaba muy bien con la izquierda. Y subía bien. Por arriba no le ganaba nadie. Era muy difícil”. Otra vez el acento paisa de Restrepo. Otra vez esa especie de nostalgia que se le mezclaba entre las palabras. “No es fácil hablar en pasado. Ni fácil ni alegre. Y menos de una persona como Andrés Escobar”.

Acababa de cumplir 18 años cuando llegó a Nacional. Por aquellos tiempos, abril de 1985, un hombre de fútbol llamado Pedro Pablo Álvarez dirigía las divisiones inferiores del equipo. “Lo conocí cuando jugaba en la Primera B. Era dirigido por Piscis Restrepo y se desempeñaba como volante de primera línea. Santiago, su hermano, que ya estaba en Nacional, habló un día conmigo para que le diera una oportunidad. Yo le dije que me lo enviara. Y cuando Andrés se presentó, le sugerí que volviera dos días después a los entrenamientos. Cuando llegó lo vi muy delgado y lo primero que hice fue mandarlo donde el doctor Hernán Darío Salazar. Tres meses más tarde ya era otro, mucho más fuerte y resistente. Aún así se le notaba la calidad. Era un muchacho muy bien fundamentado, sobre todo en la pierna izquierda. Con la derecha empezamos a trabajar, pero aunque aprendió, en los partidos parecía que sólo le sirviera la izquierda. Confiaba ciegamente en ella”.

Un día Álvarez se lo recomendó a Francisco Maturana, que dirigía la Primera B. Y a los dos meses Escobar ya alineaba con el equipo titular. “Recuerdo mucho que después de actuar en dos juegos como inicialista, Maturana me llamó y me dijo que el muchacho iba a ser en poco tiempo uno de los mejores defensas centrales de Colombia”. Ese año, Escobar fue campeón de la categoría. Después, Gustavo Zapata lo llamó para la Juvenil de Antioquia. Y, luego, en 1987, apareció por la primera de Nacional y también por la Selección Colombia de mayores. “Yo siempre creí en él y siempre lo quise. La última vez que hablamos me dijo que lo esperara el fin de semana, que me había traído algunos detalles de Estados Unidos”. Sin embargo, Andrés Escobar no fue a la casa de don Pedro Pablo. No pudo ir: ese fin de semana lo mataron.

Veinte años no es nada
A los 20 años de edad se estrenó con el Atlético Nacional. Francisco Maturana no sólo creyó en el talento de Escobar. Creyó en su personalidad, en su confianza. “Lo que siempre admiré en Andrés fue su seguridad… Recuerdo cuando lo convocamos por primera vez a la formación titular del Nacional. Hugo (Hugo Gallego, asistente de Francisco Maturana en ese entonces) había tenido problemas con Nolberto Molina y entonces decidimos darle la oportunidad a ese joven que teníamos en las divisiones inferiores. Cuando lo llamamos para darle la noticia, lo agradeció con esa sonrisa de niño bueno que siempre lo identificó y esperó el debut sin muchas emociones. Jugó su partido con la tranquilidad y seguridad de un veterano… “. Ya nunca más volvió a salir de la línea titular del cuadro verde. Sólo dejó de jugar con Nacional cuando fue contratado por el Young Boys de Suiza, en 1990.

En la Selección, el puesto se lo fue escriturando con cada partido y cada calificación. Debutó el 30 de marzo de 1988 en Armenia, enfrentando al conjunto de Canadá. Colombia ganó dos por cero esa tarde y Andrés Escobar rindió, como era su costumbre. “Uno estaba en la Selección Antioquia y miraba a Juan Jairo Galeano o a Alexis (García) o al Pibe y los veía muy lejos. De un momento a otro estar• con ellos, codo a codo, se hacía raro. Pero ya superé ese impacto y me siento un compañero más”, dijo ese día. Dos meses más tarde, en el césped de Wcmbley inscribió su nombre en la historia al marcarle a Peter Shilton, portero de Inglaterra el tanto del empate de Colombia. Su primer gol con el equipo colombiano, y en Wcmblcy. Como para no creerlo.

Esa noche no durmió. Y con Juan Jairo Galeano, amigo hasta sus últimas horas y compañero de Selección y de habitación en aquella oportunidad, se quedó hablando del partido hasta el amanecer. Con el equipo nacional Escobar jugó 48 partidos. Las Copas América de 1989 y 1991, las Eliminatorias para el Campeonato del Mundo de 1990 y los Mundiales de Italia y Estados Unidos. Fue capitán en varias ocasiones y referencia obligada para rivales y compañeros. Desde el comienzo mostró sus mejores virtudes. Riqueza técnica para manejar la pelota, serenidad para salir jugando cuando se necesitaba, criterio para reventar el balón a la tribuna si era necesario, aptitudes para irse al ataque cuando veía la oportunidad…

Fue Andrés Escobar el líder de la defensa colombiana y nacionalista desde su debut. El hombre que daba la úhima orden en el momenro de “achicar”, de dar el paso adelante, de cumplir con los relevos. En síntesis, la primera piedra dentro del andamiaje de Maturana. “Un central como pocos en Suramérica. Con algunas cosas de Daniel Pasarella, con o tras de Luiz Pereira y otras más de Franz Beckenbauer. Un lujo para cualquier equipo y para la tribuna”, dijo de él en 1990 la revista El Gráfico de Argentina. Sin embargo, en Colombia jamás se le colocó en el lugar que le correspondía. Tal vez porque no hacía goles o porque su importancia, por orden y jerarquía, estaba más allá de la superficialidad del periodismo.
“Hay cosas que te dejan marcado. No sé… los primeros años en el colegio, los amigos de infancia, el primer amor, la primera pelota de fútbol, los goles, los campeonatos… Tantas cosas que es imposible decir que esto en especial fue determinante en mi vida. Yo creo que todo ello junto, y la familia y la religión, claro. Yo no soy producto de una situación, soy el resultado de muchas circunstancias que rodearon mi vida.

Tampoco fui jamás el de la historia linda y pobre, el que empieza desde abajo, desde la barriada humilde, y a fuerza de darle llega. No, mi vida siempre fue tranquila, con comodidades. No me faltó nada, pero tampoco me sobró nada. Y esa fue una enseñanza que jamás olvidaré: aprender a valorar lo que uno tiene y luchar por lo que a uno le falta. Es fácil salirse del camino, sobre todo en este medio y dejarse marear por el dinero y la fama y las mujeres y la prensa. Tenés que ser fuerte para no dejarte arrastar. Saber para dónde vas y de dónde vienes. Yo tengo el fútbol, por fortuna. Bueno… siempre lo tuve, y gracias al fútbol sé cuál es mi camino. Lo sé desde niño, por eso todo ha sido fácil. O sencillo, no sé”.

Años atrás, en 1992, Andrés Escobar hablaba de su vida. De sus ilusiones, de sus comienzos, de su manera de pensar. Jamás echó a volar el barrilete de sus sueños, simplemente porque aquel barrilete le llevaba la delantera. Cuando anhelaba algo lo luchaba. Al poco tiempo lo lograba. No necesitaba fantasías, tal vez porque él mismo era ya una fantasía. lba seguro, paso a paso y poco a poco. Sus amigos -Eduardo Rojo, Juan Jairo Galcano y Santiago Escobar, su hermano- decían que era el hombre más disciplinado que habían conocido. “Entrenaba desde las seis de la mañana y luego salía al gimnasio a hacer ejercicios y levantar pesas. Tuviera prtido o no, se cuidaba mucho”. Fuera del fútbol era como en el fútbol. Era imposible imaginar a un Andrés Escobar marrullero y tramposo. Era imposible encasillarlo en el grupo de los que hacen cualquier cosa por llegar. Su elegancia, su calidad, se contradecían con esa clase de gente. “Él decía que tenía que ayudar mucho porque los ricos cada vez eran más ricos y los pobres, también, cada vez más pobres. Y ayudaba mucho, no era sólo cuestión de palabras. Veía a un niño pidiendo y le daba plata y le aconsejaba. En diciembre, le decía a María Esther, su hermana, que comprara 100 ó 200 camisetas y otras cosas y en los semáforos se las daba de aguinaldo a los niños”.

A Eduardo Rojo, su gran amigo fuera de las canchas, aún le tiembla la voz cuando lo recuerda. Se le hace imposible aceptar la realidad. “Son cosas que uno no logra entender. Quizás, algún día”. Con Eduardo Rojo, dueño de una empresa comercializadora en Medellín, salía los fines de semana al Oriente. A un bar, a una taberna, a un asado. Con él, con su esposa y con Juan Jairo Galeano estaba la noche del 2 de julio de 1994. Habían salido cada uno por su lado desde las tres de la tarde. En el ‘Niágara’, una especie de restaurante de El Poblado, se encontraron y pasaron la tarde. Luego se separaron. Ya de noche volvieron a verse en ‘La Padova’, en la vía Las Palmas, una de las carreteras que conducen al aeropuerto José María Córdova de Ríonegro. Tomaron cerveza, después aguardiente e hicieron bromas. Bailaron. Y, entre trago y trago, algún autógrafo, algunas palabras para el hincha, para la niña que quería conocerlo… Escobar había dicho que quería regresar a Colombia para “dar la cara”. Por eso no aceptó una invitación a quedarse en Estados Unidos y otra a pasar una semana en Coveñas. También quería retornar a la rutina de los entrenamientos y los ejercicios. Olvidar con ella lo que había ocurrido en el Mundial de Estados Unidos. Volver a su mundo, diseñar otra meta y trabajar para cumplirla.

A las dos de la mañana salió con la esposa de Rojo, María Clara, a comerse un ‘chuzo’. Y alguien le dijo: “Andrés, iqué autogolazo te hiciste!”. Él respondió con una sonrisa. Hasta se animó a contestar la broma con otra broma. “Estaba de muy buen genio. Se reía y hacía chistes”, dijo un testigo.

La última entrevista
En Los Ángeles, poco antes de tomar el vuelo que lo llevó de vuelta a Colombia, Andrés Escobar habló con Antonio José Caballero, de R.C.N. Estaba taciturno y todavía intentaba encontrar alguna explicación para la derrota.

Andrés Escobar: : Nos sentimos mal, derrotados por lo que ha sucedido, porque Colombia no pudo mostrar su fútbol, todo lo que la gente estaba esperando, lo que nosotros también pensábamos y queríamos conseguir, que era poder dar un buen espectáculo. Pero a la vez queda uno un poquito más tranquilo, porque en el último partido se dejó una imagen distinta, sin ser un partido brillante ni espectacular. Yo creo que Colombia mejoró mucho en su fútbol y demostró que era un equipo que tenía condiciones también.
Antonio José Caballero: ¿Le dolió mucho el autogol, Andrés?
A. E.: Sí, fue, fue difícil. Es algo como circunstancial del mismo partido, del fútbol, pero uno entiende que no todo puede ser bueno, así como en algún momento son otras jugadas, el cabezazo en Wembley o algún balón que uno haya sacado del arco, que el arquero está vencido. Yo creo que en esta ocasión tuve la mala fortuna de convertir ese gol, pero no fue lo que eliminó al equipo.
A. J. C.: ¿Cómo sintió el apoyo de la gente hacia usted después de esa jugada?
A. E.: Eso ha sido muy bonito y es algo que uno lo mantiene muy presente, porque inclusive recibí muchas llamadas de gente que ni conocía, de gente de Cali, de Bogotá, de Medellín, de otras partes que yo ni tenía idea ni jamás los había escuchado ni los había nombrado; y apoyándome por fax, cartas. Yo creo que el respaldo de la gente conmigo ha sido muy bueno siempre. Han sido muy positivos, me han ayudado porque ha sido un momento difícil. Para uno no es fácil convertir un autogol, y menos en un Mundial, porque queda uno con la marca ahí, queda uno manchado como se dice. Pero yo creo que estas son cosas del fútbol y uno no se puede quedar pensando en eso. Hay que seguir trabajando, seguir hacia adelante y saber que todavía pueden venir cosas mejores.
A. J. C.:¿1998 todavía está en sus planes, Andrés?
A. E.: Sí, es una posibilidad que uno tiene, el fútbol va a continuar. Voy a seguir trabajando porque todavía aspiro a jugar muchos más años y, si hay oportunidad, estar, al menos, en la Copa América de Uruguay, las eliminatorias para el Mundial de Francia. Todo lo que tenga que ver con Selección Colombia. Siempre y cuando se mantenga el mismo estilo, el mismo orden de juego, estaría gustoso de seguir jugando en la Selección.
A. J. C.: ¿Qué pasó entre ustedes mismos?
A. E.: Es difícil porque nosotros no nos hemos dado cuenta realmente de qué pudo haber pasado. Uno a veces dice, bueno, en este último partido vimos que podíamos y uno dice, ah, si hubiéramos jugado los dos primeros partidos como jugamos el último. No tanto por la lucha, por la garra, como dice la gente que de pronto nos faltó, sino porque nos dedicamos a esperar, que es algo que nunca lo hacemos, nos tiramos atrás y tuvieron más espacio nuestros delanteros, nuestros volantes de jugar, tuvimos mejor manejo con el balón y en los dos primeros partidos no encontramos nuestro fútbol, no hubo seguridad, no hubo confianza. Estuvimos desacertados en los pases, no hubo la concentración suficiente, porque pensamos que éramos superiores a los demás. Entonces uno va y ataca y ataca porque cree que es superior, a la vez la confianza, ese favoritismo que se le da, de que uno es superior. Eso inconscientemente se va concientizando y pensando que en realidad uno sí es superior, pero yo creo que en la cancha hay que demostrarlo y en esos dos partidos no demostramos que éramos superiores a los dos rivales con los que perdimos, que yo creo que son partidos que los podemos jugar 100 veces y no los volvemos a perder.

Ese miércoles 29 de junio fue el último contacto de Escobar con sus compañeros de equipo y con la prensa. Esa mañana, también, habló por última vez con Maturana en la sala de espera del aeropuerto de Los Ángeles. “Esperábamos el vuelo de regreso en un rincón v conversamos largamente. Le dije que en la vida muchos capítulos se terminaban y que ese era mi caso con la Selección. Y le recordé su compromiso con la Selección, pues al marcharse hombres como Valderrama, pensando en el próximo Mundial, él era el heredero natural de la banda de capitán por todo lo que significaba para el grupo, como persona, como profesional, como modelo de comportamiento. Andrés me escuchaba en silencio y se sentía de vez en cuando. Él, como el resto del plantel, estaba abrumado por todo lo que había pasado. Recuerdo que antes de esa charla se me había acercado Luis Carlos Perea para decirme: “Profe, Andrés tiene una pena la verraca’ “.

En diez meses la fiesta se convirtió en drama. Y la tragedia llegó sin pedir permiso. En septiembre del 93 el fútbol era la fiesta. En julio del 94 fue la muerte. “Imposible intuir que algo así podría pasar”, dijeron algunos. Se equivocaron. Y se equivocaron quienes pensaron que tanto elogio sería una motivación y nada más. Y se equivocaron quienes les creyeron a los vendedores de mentiras y apostaron a favor de un imposible. Y se equivocaron quienes escondieron los errores. Por eso también se equivocan aquellos que dicen: “Imposible intuir que algo así podría ocurrir”. Se equivocan, porque el camino se construyó para que algo así ocurriera. Tal vez nadie lo quiso así, tal vez nadie lo intuyó así. Pero las culpas no siempre son por lo que aconteció. También son por lo que no se previó. Por lo que se ocultó. Por lo que se incitó. “Imposible intuir que algo así podría ocurrir”. La última ironía.

* Este es el último capítulo del libro Pena Máxima, publicado por Planeta 18 años atrás.
Tomado de blogs.elespectador.com/elmagazin/2013/10/18/epilogo-tragico-pena-maxima-vi/



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Esta historia fue escrita por Rivera Díaz y publicada el miércoles, julio 2, 2014 y está archivada en la(s) sección(es) Barrios Unidos, Chapinero, Engativá, Noticias Generales. Usted puede seguir las respuestas y comentarios a través del RSS 2.0 "feed". Puede dejar su comentario, o trackback de su propio sitio web.
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