Aprender y Mejorar su Ingreso

En casa se sobrevivía con la distribución de un periódico regional antioqueño: El Correo

Obviamente no se podía desaprovechar una ocasión como la del aniversario del fallecimiento de Rufino José Cuervo para recordarles, no sólo a los colombianos, sino al mundo de habla hispana, que este personaje fue quien más trabajó a lo largo de los años, en una misión casi imposible, estudiando, investigando, analizando y defendiendo el español.

Infortunadamente a Cuervo siempre se lo vio lejano, como ausente, casi invisible y hasta las mismas biografías que se publicaron a lo ancho del siglo, fueron escritos sin alma, como si este maravilloso intelectual hubiera nacido en otro planeta y viviera en la última de las galaxias descubierta por los hombres.

Afortunadamente, al cumplirse este primer centenario de su partida, muchos de quienes admiraron –y admiran- su obra, se dieron a la tarea de mostrarles a todos los que se interesaron en él y en ella, lo que fue ese incomparable genio de las palabras.

Marco A. Mejía tiene mucho de Cuervo; es un tipo más bien callado, casi nunca hace uso del celular, se incrusta en su biblioteca y no le gusta que le interrumpan sus silencios; con sus amigos sí habla, y mucho, parece una catarata inacabable, pero es que cuando le mencionan a Cuervo, parece le tocaran la cifra más sensible de su alma, y ahí sí no hay quien lo detenga.

Hace muy poco, supongamos dos o tres meses o quizás cuatro, publicó –en mi concepto-, la más hermosa vida –casi una biografía- de Rufino José Cuervo; es tan hermosa, que cuando uno llega a la última página siente tanta, pero tanta tristeza, que uno quisiera devolver el hilo de la historia y no permitir su partida. Mejía describe sus últimos momentos con tanta nostalgia, que no queda con un profundo orificio en el alma…

– ¿Cómo nació en usted la fascinación por los libros?
Por razones y circunstancias, no sé si del azar o de la vida misma; mi padre se quedó ciego como consecuencia de una fatal manipulación de la dinamita; trabajaba como obrero en la construcción de una carretera. En casa se sobrevivía, además de la venta de lotería, con la distribución de un periódico regional antioqueño El Correo, de corte liberal y que competía en lectores con El Colombiano.

En las noches mi padre le pedía a mi madre que le hiciera la lectura de la prensa y yo la veía a ella, con su correcta entonación y a mi padre atento en un ritual que además de llamarme la atención, me tocaba en lo concerniente a las historietas gráficas, después de evacuar las noticias y los comentarios, mi madre se empeñaba en enseñarme a leer valiéndose de mi interés por los «comics», la magia de Mandrake, el misterio del Fantasma, y las ocurrencias de la Gata de Tobita, me revelaron las palabras que aprendí a leer a los cuatro años. Esto me llevó a seguir la pista de los libros, en ellos había, no sólo un poco, sino mucho más de los contenidos de prensa. Un programa de difusión de los libros, de aquella época: un libro por un huevo, trajo a casa, algunos libros populares que empezaron a compartirse con la lectura obligada del periódico alrededor de mi padre ciego.

– ¿En su casa paterna o de los abuelos, había muchos libros?
En casa realmente no. Los primeros libros importantes los hallé en la escuela, en la biblioteca que curiosamente se mantenía cerrada en los recreos y a la que se accedía solamente en la hora de lectura, me permitió encontrarme con ediciones reales de libros, los podía tocar, hojear y leer. Buscaba la literatura y entré a ella por las síntesis que encontré en “El tesoro de la Juventud”, una enciclopedia que reseñaba al final las grandes obras de la Literatura Universal; recuerdo con asombro la de la Divina Comedia, las imágenes allí graficabas motivaban a conocer la historia en su totalidad.

Ese fue el primer libro que pedí a mi padre ciego me consiguiera: la Divina Comedia, él la consiguió en La Campana- una miscelánea que vendía las ediciones de Porrúa y de la Bedout- en uno de los viajes semanales que hacía desde Caldas a Medellín para surtirse de lotería. Una circunstancia desagradable nos llevó a salir de casa, fuimos asaltados y ese hecho nos llenó de temor pues vivíamos en las afueras del pueblo; debimos trasladarnos a la casa de los abuelos. Allí encontré un baúl que guardaba los libros de mis tíos, algunos de ellos se habían hecho profesionales, un médico y un sacerdote, y había uno que era pintor, el baúl guardaba unas reproducciones de Dalí y muchos libros de filosofía y literatura. Me sentí dueño de aquellos libros olvidados y me convertí en el custodio del baúl.

– ¿Cómo fue su actividad cultural en el colegio?
Un profesor de primaria, don Félix, me enseñó algunas poesías que aprendí de memoria. Eso me llevó a tener algo así como una sonoridad mental y una especial capacidad de recordación que me llevó a aficionarme por el teatro en el colegio. Cada año montábamos una obra que se estrenaba en las fiestas del colegio, según el profesor orientador era la obra, inevitable el costumbrismo, inevitable también Bertolt Brecht y las tendencias de izquierda de una época agitada e inquietante. Además de esto estaba el Centro Literario impulsado por el profesor de Español, lamentablemente no se leían las obras sino que se hablaba de su argumento y se tenía una lista de autores y sus obras que aprendíamos de memoria para concursar en el Centro; nunca llegué a aprenderlas todas, lo que sí lo lograban los más aventajados, pero soñaba tenerlas algún día todas en mis manos y leerlas.

– ¿Cuáles fueron los primeros libros que le robaron el alma y suspiraba por ellos?
El momento influyó mucho. En solitario descubrí algunos clásicos, La Odisea de Homero, La vida es sueño de Calderón de la Barca que intenté aprender de memoria, los poetas españoles Lorca, Machado, Hernández. Éstos libros los encontré en la cantina de don Servio, un sitio dónde se reunían los adultos para tertuliar y en donde mi padre encontraba sus principales compradores de lotería; yo actuaba como su lazarillo y me entretenía leyendo aquellos libros que don Servio, un viejo sumamente ilustrado, también solía leer.

Allí mismo, en el setenta me encontré una edición de Cien Años de Soledad, se lo leí completo a mi padre y me encargué de rotarlo entre mis amigos del colegio. Por lo que significaba para muchos de los jóvenes del setenta y lo que pregonó Gonzalo Arango de él, me hice seguidor de la obra de Fernando González, el mago de Otraparte y éste me llevó al descubrimiento de Así hablaba Zaratustra de Nietzsche. Conservo mi afecto por estas lecturas de juventud.

– ¿Cuándo se atrevió a escribir un primer cuento? ¿De qué se trató?
En el bachillerato. Era una especie de relato largo, que se basó en las impresiones que me dejó el ver la película “Farenheit 421” y conocer el famoso sótano de C. Lewis. Utilizando la artimaña del ropero, encontré en mi cuento un sitio para proteger los libros cuya lectura habían sido prohibidos y así le di continuidad local a la historia planteada por Bradbury. Su lectura dejó perplejo al profesor de español que dudaba mucho de si yo la había escrito. De todos modos siento vergüenza por que su trama no era original y copiaba una idea que no era mía.

– ¿Es posible concebir la vida sin libros?
Creo que mucha gente vive sin libros, cada vez. Con el crecimiento del universo informático, el libro pierde lugar, visibilidad, incluso el libro digital tiene un destino incierto. En mi caso, por lo que los libros han sido para mi, no concibo la vida sin libros, son ellos los que me dan la sensación de no sentirme sólo en el mundo.

– ¿Qué libro ha leído cinco, seis y más veces?
El Quijote. Y es sorprendente porque es un libro cuya historia ha pasado en el imaginario, no como si fuera un libro, sino como si hubiese existido realmente, así que la gente sabe mucho de  El Quijote sin leerlo. Mucho se cita y creo que poco se ha leído, pero quien lo lee completamente, descubre un libro insospechado, rebasa todo lo que uno supone y la prueba está en su vigencia; aún no ha llegado la época que no lo sienta como contemporáneo. Debo mencionar también un libro que acostumbro releer todos los noviembres, no en su totalidad, pero sí en el auscultamiento de algunos de sus pasajes: Bajo el volcán de Malcom Lowry, es para mí la más honda y compleja historia de amor.

– ¿Por qué Rufino José entró a su piel?
Por la soledad que encarna, es la misma soledad del creador que se enfrenta a realizar una obra imposible, que sobrepasa toda fuerza humana y que sin embargo se empeña, contra viento y marea a realizarla. Sabe que la construcción de su Diccionario, está destinada a la incomprensión y experimentará el desengaño que implica una tarea tan descomunal como la que él quiso emprender, y sin embargo continúa porque se sabe poseedor de un saber, de un dominio de la palabra, de un secreto que quiere compartir hasta con el más humilde de los seres y ese sentimiento, en nada se diferencia de la obsesión que hechiza y seduce a todo artista.

– ¿Qué le sucedió a Colombia que pasaron los años y sólo hasta ahora lo «descubren»?
Y creo que no lo han descubierto aún. Ahora estuvo sonado Cuervo por tratarse del año en el que se le recuerda por lo del centenario de su muerte, pero dándole continuidad a esa actitud nuestra de asomarnos a ver qué pasa y olvidar pronto lo visto, Cuervo volverá a la desmemoria y quizás hasta los intentos de repatriar sus despojos mortales acabarán en la resignación de no poder sortear los trámites que hasta el día de hoy han imposibilitado su retorno al país.

– ¿Si hoy se encuentra con Cuervo, qué preguntas le haría?
Hay pasajes de la vida íntima de Cuervo que a muchos intriga, hasta para su más íntimo amigo Ezequiel Uricoechea, Cuervo no dejó de ser un enigma y creo que justamente esa discreción y reserva sobre su vida sería el tipo de preguntas que nunca le haría, pero sí, dada su visión histórica, reflejada en la vida que escribió sobre su padre y en la que uno encuentra cómo hoy se repite un escenario de corrupción, crueldad y disputa política le haría una pregunta o muchas sobre una de sus pasiones la patria: su destino, la construcción de la Nación, el desarme de las palabras.

– ¿Su libro Cuervo es un declaración de afecto o un homenaje a un gran hombre?
Es lo uno y lo otro. Es admiración a quien emprendió el proyecto de democratización y modernización de la lengua, es homenaje a un hombre que se nos muestra impecable, pero en ningún modo como un santo, sino como un ser tanto como el que más, con la grandeza de su obra, con la flaqueza de su realidad y es en definitiva el reconocimiento a un gran hombre que quise dimensionar en su condición humana.

– ¿Cuervo es para todo tipo de lectores o para aquellos lectores nostálgicos con Cuervo?
Puse todo mi esfuerzo en hacer una obra que pudiera ser leída por un estudiante de los últimos niveles de la secundaria y a la vez por el más exigente académico, por eso su estructura que de algún modo, sigue el modelo de la novela clásica, con su trama histórica y el retrato de sus personajes. Es a la vez una reflexión sobre asuntos que a todos nos conciernen: la amistad, el amor, la patria, la lengua, la muerte; temas todos ellos contextualizados a través del personaje de Cuervo para hacerlo cercano, muy cercano al lector.

– ¿Qué fue lo más complicado en el proceso de estructurarlo y escribirlo?
Apropiarme de la voz de Cuervo, hacerla creíble, darle forma y vida en concordancia con la imagen del personaje, con su realidad íntima, con su verdad histórica. Creo haberlo logrado.

– ¿Cree que es factible una segunda parte con el «otro» Cuervo?
Es tentador, es un personaje inagotable y yo hice apenas una aproximación de algunos aspectos que me identifican con él, hubo cierta posesión de su espíritu en mí y quizás actué como su amanuense. Pero no, creo francamente que el propósito, el mío ya fue cumplido y no quiero ser ambicioso con la prodigalidad y la riqueza del personaje. Más importante es que se produzca una acercamiento a Cuervo como tal, a su persona, a su obra, a la continuidad investigativa de sus aportes, en fin a que otros se atrevan a traerlo de nuevo desde todos los modos posibles a nuestro presente. Que otras voces vengan a recrearlo, a interpretarle; en mi caso debo dejarle en paz, fue mucho lo que osé desentrañar y no debo perturbar ese Cuervo que con tanta placidez seguro reposa.

Por Jorge Consuegra (Libros y Letras)



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Esta historia fue escrita por Rivera Díaz y publicada el martes, septiembre 4, 2012 y está archivada en la(s) sección(es) Antonio Nariño, Barrios Unidos, Candelaria, Candelaria-UPZ, Chapinero, Chapinero-UPZ, Cultura, Entrevistas, Noticias Generales. Usted puede seguir las respuestas y comentarios a través del RSS 2.0 "feed". Puede dejar su comentario, o trackback de su propio sitio web.
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